El Parque Nacional de Sierra Nevada, el mayor de España con 86.208 hectáreas, se extiende unos 30 kilómetros al este de Granada y traspasa a la vecina provincia de Almería. En 1986 fue declarado Reserva de la Biosfera por su valor ecológico –sorprenden los 66 endemismos botánicos– y por la belleza de sus paisajes, sin olvidar que acoge cerca de 20 picos de más de 3.000 metros de altitud, entre ellos el Mulhacén, el más alto de la Península. Sierra Nevada, además, debe su fama internacional a la estación de esquí de igual nombre. Situada a media hora en coche de la capital granadina, es la más meridional de Europa y ofrece una media de 250 días de sol al año y 84 kilómetros de pistas, algunas con luz artificial para esquiar de noche. Para los aficionados a los deportes de invierno es una estación única en la que, los días despejados, es posible contemplar a la vez los cerros níveos y, de fondo, el mar intensamente azul que baña las playas de la provincia.
Desde Lanjarón hacia el este por la carretera comarcal A-348, pronto aparece Órgiva, capital de la Alpujarra Alta, una tierra de olivos, huertas y alojamientos rurales. En este pueblo comienza la ascensión por una carretera que se retuerce mientras se asoma al vacío y que conduce a los tres pueblos del Barranco de Poqueira, las joyas etnográficas de esta sierra. El primero es Pampaneira, que debe su nombre a los pámpanos de las viñas que lo envuelven desde las laderas circundantes. Sus callejuelas de casas escalonadas suelen desembocar en fuentes y lavaderos de origen morisco. Tambien hay tiendas que venden embutidos y artesanías, y tabernas en las que disfrutar de unas buenas migas camperas. En la plaza principal, un punto de información del Parque Nacional de Sierra Nevada provee de mapas que indican decenas de rutas para recorrer el parque y la comarca. El más conocido es el sendero GR 240, que cubre 300 kilómetros y rodea el macizo en 19 etapas.
A escasos diez minutos se alcanza Bubión, el lugar donde «el agua bulle». Poblado minero en tiempos de los fenicios y punto estratégico durante la época nazarí, en las últimas décadas se ha convertido en un centro de arte y espiritualidad: lo primero, porque muchos creadores han abierto pequeñas galerías de arte y, lo segundo, porque cerca hay un monasterio budista que organiza estancias de meditación.
Solo dos kilómetros más y llegamos a Capileira, otro pueblo blanco de calles sinuosas que, además, es un centro artesanal donde se puede comprar cerámica, cestería, esparto, cuero y las típicas jarapas, los tejidos gruesos que suelen usarse como alfombras o mantas. También hay rincones donde probar alcauciles (alcachofas pequeñas), habas en capote (guisadas con sus vainas) y piononos, unos bizcochos coronados de crema pastelera.
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